jueves, 20 de mayo de 2010

La Comida

Sucedió justo en el instante en que me disponía a dar una mordida a aquel taco de barbacoa, un sonido prolífico, un flato de proporciones áureas, un flato de conocimiento ancestral y divino sobre la gramática y semántica del flato. Mi primer pensamiento fue de culpa, durante un instante pensé en mi descaro, pero pronto me vi redimido por la continuación de aquel brutal sonido. Entonces dirigí la mirada a mi costado, donde mi madre sucumbía ante el encanto de una quesadilla de pollo; la idea surgió: quizá mi mamá, en aquel pequeño paraíso construido había decidido dar rienda suelta a aquel dialogo intestinal. Pronto me convencí de que estaba en un error, el sonido sonaba ligeramente lejano y mi mamá no solía entregarse a esas pasiones en publico; sin embargo la mente seguía buscando culpables.

Tratando de no mostrar mi preocupación por el origen de aquel estruendo musical continué comiendo. El paso del tiempo y la innegable calidad del platillo hicieron que lentamente me habituara a escuchar estos continuos gemidos corporales. Mas llamo mi atención que el sonido se detuviera con el último bocado. Nuevamente apenado pedí la cuenta y me pregunte con cierto hálito filosófico: ¿cómo soy capaz de pensar en tremendas estupideces mientras como?

Así, decidido a ignorar por completo el tema, pagué; rápidamente me dirigí a la salida y al subir al carro alcancé a mirar de reojo a la mesera que, ruborizada, se entregaba a una sincera risa.

domingo, 16 de mayo de 2010

Tradiciones

Ayer fuimos a Tlayacapan.


En el camino de ida contábamos nuestras cuitas y veíamos el campo pasar a nuestro lado. La llegada fue sencilla, los vimos caminar y nos bajamos del carro, ya entonces se escuchaba la chirimía, ya entonces el copal dejaba rastro. Entramos en una casa y ahí nos regalaron helado y galletas, mientras en el centro seguían cantando; la tradición hablaba. Habíamos venido por las ropas, aquellas que habrían de vestir al Cristo penitente, al Cristo desnudo.

Después de un rato salimos a la calle para recomenzar el canto, la chirimía que parecía convocar lo místico, un secreto antiguo que en nuestro raciocinio somos incapaces de descifrar pero que cala los huesos. Las flores danzaban mientras nosotros los seguíamos se cerca, siempre como extranjeros, como espectadores de algo maravilloso de de un modo es ajeno y de otro intimo.

Recorrimos parte del pueblo caminando hasta llegar a la capilla del bario de Santa Ana donde destellos luminosos y explosiones indicaban que habíamos recorrido la segunda parte del camino; afortunadamente un nuevo descanso, sin embargo esta vez fue silencioso o por lo menos algunos guardaban ese silencio, los que sabían lo que sucedía. Mientras detrás de las puertas de la capilla se vestía y ungía a Cristo, afuera los niños inocentes corrían.

Un nuevo atisbo de la tradición, de lo mágico; Cornelio nos cuenta que la procesión dura una semana, el martes saldrán rumbo a Chalma lugar donde no solo celebraran misa, sino que celebraran sobre todo el misterio de la comunión (con lo divino y con el hombre). También nos platica que el viaje es largo y cansado, pero que él no puede evitar sentirse atraído y conmovido por lo que ahí sucede, por eso se esfuerza en mantener la tradición: “el cansancio es lo menos importante –nos dice- no importa si eres creyente o no, es imposible no conmoverse”. Algo lo interrumpe: es momento de comenzar una vez más; pero este es el último trayecto (por lo menos del día de hoy) y de nuevo el canto de la chirimía, el redoble del tambor, el copal.

Llegamos a la mayordomía donde dentro de tres días se iniciará la partida a Chalma, aquí nos regalan chocolate caliente y pan y pese a que continúa ritual sabemos que es hora de irnos, las luces se están yendo y el destello de la luna es ahora nuestro único candil. Al partir escuchamos el último gemido de la chirimía.

De regreso solo hay oscuridad, la imagen de la tradición, de lo sagrado, ha dejado huella, la invitación está presente, recorrer el trayecto rumbo a Chalma, pero es imposible y solo nos queda la esperanza de que el año que viene traiga una nueva invitación para contemplar la infinitud poética de lo sagrado.







Regresado a Cuernavaca llega la noticia: “Se extravía el jefe Diego” y el país se conmociona, no por la calidad moral de su persona, sino por la muestra tangible de la inseguridad que vivimos. Me pregunto ¿en un mundo así, dónde está el lugar para lo sagrado?

miércoles, 5 de mayo de 2010

El taller:

Todo se está acabando, y entre esas cosas que terminan, llegó el final de mi curso de creación literaria con maestro y querido amigo Afhit Hernández, como examen final tuve que escribir un poema que contuviera ciertos elementos que lo relacionaran con gemas o alguna otra piedra preciosa, este fue el resultado:



Gema.

A Leopoldo María Panero y su diario de un seductor.
A mi amor, prisma incandescente.



No es tu cuerpo

Lo que en tu cuerpo busco,

Sino un puñado de gemas

Para espolvorearlas sobre tu cuerpo,

Cuerpo que inundado por el sol

Brille cual prisma incandescente.



No es tu cuerpo

Ni tampoco son tus ojos,

Estelas luminosas

Que recuerdan una tierra firme

En que sembrábamos geodas

Y las mirábamos germinar

Tomados de la mano.



No es tu cuerpo

Ni tampoco tus labios

Ya víctimas de un beso,

Ya diamantes transformados

En pétalos negros.



No es tu cuerpo, ni tus brazos o tus senos,

Ni quizá un aullido extraviado

Dispuesto a cristalizar mi falo,

Ya escarcha,

Ya dulce erección

Cubierta de rocío o de perlas.



No es tu cuerpo

Lo que en tu cuerpo

Busco,

Sino el leve gemir

Del cuarzo que se extravía

En el vértice de tu sexo.

 
 
 
 
 
También salió por ahí un cuento pero no le he trabajado, quizá después aparezca por acá.
 
Por cierto les dejo una liga en la que pueden encontrar el último poemario de Afhit Hernández "León Alado" completo y totalmente gratuito. No se pierdan la oportunidad de leerlo.
 
http://leon-alado.blogspot.com/2010/04/todo-el-libro-leon-alado.html
 


Pd. La foto es mía.